En esta sección hemos querido dar voz y protagonismo a todas aquellas mujeres que están o han estado vinculadas con el sector pesquero y acuícola, y que gracias a su tesón, talento y visión empresarial han contribuido a luchar por hacer visible el trabajo del colectivo femenino.
Somos conscientes de que detrás de cada mujer hay una familia y una historia de vida dedicada a la pesca, que merece perdurar y ser conservada. Por ello, tenemos una gran ilusión en la puesta en marcha de esta nueva sección, la cual queremos que sirva para poner en valor la tradicional labor y la gran contribución que durante generaciones han desempeñado las mujeres del sector.
Nos gustaría que esta sección vaya creciendo con vuestros testimonios e iniciativas, y por ello queremos contar con la colaboración de todas vosotras. Por tanto, os animamos a hacernos llegar al correo redmujerespesca@magrama.es una breve reseña con la historia de vuestro trabajo o el de vuestras antepasadas, contándonos vivencias, anécdotas y cualquier otro aspecto que consideréis interesante destacar.
Con una trayectoria laboral de casi medio siglo en el sector pesquero, Josefa Moreno –más conocida como Pepita Muriel-- puede presumir de haber sabido abrirse paso en un mundo de hombres para sacar adelante una familia y una iniciativa empresarial de éxito, que levantó junto a su marido, y que desde 1977 continuó sola y, más tarde, con ayuda de todos sus hijos.
Hoy, la empresa Baltimar S.A. es cabecera de un grupo de sociedades que administra y comercializa la producción y explotación de buques congeladores, y es todo un referente en este sector.
Pero todo comenzó como un proyecto del matrimonio compuesto por Josefa Moreno y Ángel Muriel Santana, quienes allá por los años 60 decidieron comprar un barco pesquero al fresco, aprovechando que él era Patrón de Pesca de profesión.
En 1968 compran un segundo barco y en 1972 un tercero; y, así, durante esos años la empresa familiar fue saliendo adelante, aunque no sin altibajos. Pero Pepita y Ángel no se rindieron.
Así, en 1973 inician la transformación de la empresa, con la construcción de un pesquero congelador, encargado a los Astilleros de Zamacona, en Santurce-Bilbao; y en 1975, aprovechando una ley a la que podían acogerse armadores que faenaban en Marruecos, el matrimonio inició la construcción de otro pesquero congelador en los Astilleros de Huelva, en sustitución del primer barco al fresco, que comenzó su actividad en marzo de 1977.
Pero siete meses después de esta fecha fallece su marido, y Josefa queda al cargo de cuatro hijos menores (de 17, 15, 12 y 5 años, respectivamente), al frente de todas las embarcaciones y de un negocio complejo con créditos sin pagar y sin vendiduria que adelantara la financiación de la marea. Y lo más difícil de todo, sin nadie que creyera en ella, reconoce Josefa.
Aquellos fueron años muy difíciles, pero Josefa supo plantar cara a la adversidad y valerse del coraje y de su visión empresarial, lanzándose a la comercialización de su propia pesca para llevar a buen puerto una empresa que hoy cuenta con un total de 2000 toneladas de registro bruto y da empleo a unas 400 personas.
Desde entonces, a lo largo de todos estos años, la empresa se fue ampliando con la adquisición de nuevos buques y la constitución en 1993 de una empresa mixta en Senegal.
Esta castreña, más conocida como “La bonita de Perales”, respira mar por todos los lados, pues ha pasado su vida entre muelles, lonjas, bodeguillas y salas de subastas. Pasados los 90 años, acumula en su haber los oficios de armadora, muchacha de barco, acopiadora de pescado y adobadora (término con el que se conoce en Castro Urdiales a las rederas).
Ahora, ya jubilada, presume de seguir siendo una persona muy activa, que colabora como costurera con la ONG “Stella Maris” y participa como tertuliana en Punto Radio Castro y en las “Tertulias del Muelle” del Museo Marítimo del Cantábrico en Santander, cerrando a menudo sus intervenciones con uno de esos versos que ella llama “Amaneceres”, dedicados al mar.
Mercedes nació en 1921 en el seno de una familia marinera, donde primero su padre y luego sus hermanos y hermanas se dedicaron a las labores de la mar. Heredera de esta tradición, a los 12 años comenzó a trabajar en el sector pesquero, donde ejercería muchos oficios hasta ya cumplidos los 65 años.
Mercedes se casó con Justo Lecue, de San Vicente de la Barquera, que era patrón y armador. Así, se hizo a la mar, al frente, junto a su marido, de barcos como el “Mari-Tere”, “Juan de la Cosa”, “Bonita de Perales“, “Asunción de María”, “Estrella de los Mares” y, por último, del “Lecue”. En muchos de ellos desempeñó la labor de muchacha, acarreando los cestos, el carbón, el comestible…
Otra de sus labores fue la de adobadora, oficio a través del cual conoció los bolinches o el aparejo de sereña, y tiñió muchas mallas de algodón para el arte de cerco hasta que llegó el nylon.
Mercedes también ha sido acopiadora en la Lonja de Castro-Urdiales junto a su hermana Conce, y desde allí lo mismo enviaban bocarte para Galicia, que jibiones o maganos para Barcelona, besugos para Santurce y San Sebastián, y verdel para Zumaya.
De todos estos oficios guarda un buen recuerdo y muchas anécdotas, algunas divertidas, y otras que la marcaron especialmente. Por ejemplo, cuenta que se puso de parto de madrugada cuando poco antes había estado plegando 2.000 kilos de besugo en cajas.
Experiencias como esta ejemplifican a la perfección lo duro que era el trabajo de las mujeres del sector, un sector donde Mercedes asegura que siempre se ha sentido “respetadísima y muy valorada”. Ahora, haciendo balance de todos sus años en la pesca, pocas cosas encuentra que para ella sean motivo de queja, ni siquiera las duras condiciones de trabajo, las largas jornadas o las dificultades para conciliar su vida familiar y laboral, y eso que en su caso eran 6 hijos los que tenía que atender. Lo único que sí lamenta es que se estén perdiendo oficios tradicionales como el de las adobadoras.
Casi 30 años después de su jubilación en el sector, reconoce que, de no haberse dedicado al mar, le hubiera gustado ser modista; y es que el coser siempre ha estado presente en su vida, no sólo como redera, sino también como maestra costurera de formación.
Esta faceta de Manuela ha dado para que puedan estrenar gabanes y chaquetitas sus 11 nietos, sus 8 biznietos y sus sobrinos y sobrinillos. Aún hoy, con la veterana máquina Singer sigue cosiendo vestidos para la ONG “Stela Maris” de Castro, y en países como Guatemala, Perú, el Congo o la India hay más de 600 niñas que los lucen.
Manuela, o "Manolita" como la llaman cariñosamente, empezó en el arte de montar y coser redes a los 12 años, dedicando desde entonces toda su vida a esta profesión. Llegó a convertirse en Presidenta de la Asociación de Rederas de Virxe do Carme de Porto do Son, liderando una agrupación que aglutina a las rederas de los puertos de Ribeira, Aguiño, Portosín y Porto do Son. Y junto a ellas ha llegado a conquistar importantes derechos laborales para el colectivo, de los que Manuela se siente muy satisfecha.
Ahora, recientemente jubilada, recuerda con nostalgia los buenos momentos que ha vivido con sus compañeras a lo largo de todos estos años de oficio.
Los comienzos de Manuela como redera no fueron fáciles, aunque para ella la remuneración que recibía al principio (unas 5 pesetas a la semana por teñir hilos y paños) le proporcionaba cierta independencia económica, y asegura que ya con 14 años, y demostrando gran maña y destreza, consiguió que le pagaran lo mismo que una trabajadora experta, unas 40 pesetas de entonces.
Y es que para ella este trabajo ha sido su auténtica pasión, aunque las condiciones laborales fueran duras, por lo que se alegra enormemente de que se haya avanzado desde entonces, pasando de los sacos de esparto de antaño tirados en el suelo, a las naves y espacios de trabajo de hoy, mucho mejor acondicionados. Mejoras que, en su opinión, se han conseguido “gracias a la unión y organización del colectivo y al apoyo de la Administración, especialmente de la Consellería do Mar”, que ha contribuido a hacerlas más visibles.
Hoy, según Manuela, las rederas cuentan con más medios para combatir la dureza física propia de su actividad, aunque considera que este sigue siendo uno de los principales motivos por los cuales los jóvenes se lo piensan a la hora de dedicarse al oficio. En este sentido, como Presidenta de la Asociación de Rederas de Virxe do Carme de Porto do Son se implicó mucho en cuestiones como la formación, que considera clave para garantizar la supervivencia de la profesión y generar nuevos puestos de trabajo.
Para ella el gran avance en este sentido ha sido el reconocimiento de la cualificación profesional de las rederas, que considera uno de los principales logros de la Asociación y la mejor recompensa a su trabajo.
Así, echando la vista atrás, Manuela hace un balance muy positivo de todos estos años, que resumen en una serie de avances que mucho tienen que ver con la igualdad de oportunidades en el sector.
En materia de integración laboral señala que las mujeres siempre han estado muy presentes en esta profesión, especialmente en Galicia, pero hoy, además de estar ahí, son reconocidas por lo que hacen.
Conquista por la cual, asegura, “merece la pena todo el esfuerzo del colectivo”. Un colectivo del que Manuela se siente muy orgullosa y del que resalta, de forma especial, su gran humanidad y compañerismo, valores que ejemplifica con una de tantas experiencias. Así, cuenta que una vez se unieron las rederas para sacar adelante el trabajo de un armador que pasaba por dificultades y, aunque sabían que no iban a cobrar, trabajaron para que saliera a la mar, porque sabían que de él dependían muchas familias.
Momentos de solidaridad como este, y otros tantos marcados por las risas y las confidencias entre compañeras, son los que más echa de menos de su trabajo, reconoce Manuela desde la tranquilidad que ahora le proporciona su jubilación.
Pero ella sigue contribuyendo, junto a las rederas de la asociación, a la divulgación y puesta en valor de este oficio.
Encorvadas sobre la arena, en la Ría de Vigo, las mariscadoras de Moaña se afanan en su labor de extraer los cotizados frutos del mar que salen a la luz con la marea baja. Y al frente de ellas, durante mucho tiempo, ha estado Alicia Rodríguez Pérez, quien fuera Presidenta de la Asociación de Mariscadoras de Moaña hasta su jubilación.
A sus más de 70 años, ya no baja a la playa para mariscar, aunque sigue muy vinculada al oficio como contratada de la Cofradía --“porque así lo han querido las más jóvenes”, subraya-- para poder enseñar a las que se incorporan y ayudar en otras tareas como el control de tallas, el pesaje en lonja o la organización de las jornadas de extracción.
Para Alicia dedicarse a esta profesión fue una decisión propia, aunque un tanto influida por la tradición familiar (ya que su madre era mariscadora y sus tres hermanos tenían barcos de pesca). Así que, desde pequeña, bajaba a la playa a aprender el oficio y a los 19 años empezó a ejercerlo en serio. No sin probar previamente otros trabajos en el sector pesquero, pues con 12 años trabajó en una fábrica de pescados salados y a los 16 años en una de conservas. Aunque lo suyo “siempre fue el marisqueo”, reconoce Alicia.
Cuenta que cuando empezó vivió junto a sus compañeras momentos muy duros, porque la actividad aún no estaba profesionalizada. Pero pasado un tiempo, las mariscadoras decidieron organizarse; un proceso en el que contaron con el apoyo de la Cofradía de Pescadores, “que jamás nos discriminaros por ser mujeres”, afirma Alicia. Y con la Asociación creada por el colectivo llegarían importantes cambios y también una mayor conciencia de las mariscadoras sobre la necesidad de dignificar su trabajo.
Así fue que decidieron romper con la tradición de la venta directa y empezar a vender en la lonja, luchando para que se reconociera su trabajo como una auténtica profesión, para tener derecho a la seguridad social, a una pensión de jubilación, al reconocimiento de las enfermedades profesionales…derechos hoy en gran medida alcanzados, a los que Alicia dedicó gran parte de su vida al frente de la Asociación.
Hoy ve un importante cambio en la forma en que se ejerce el marisqueo en la actualidad, con vedas para cuidar el recurso, control de las zonas de sobreexplotación, realización de siembras… Y lo más importante según ella: “el reconocimiento del marisqueo como una profesión”.
En este sentido, Alicia recuerda como uno de los momentos más especiales de su vida cuando la Xunta les concedió la medalla de Galicia a las mariscadoras de todas las rías, y entre todas la eligieron a ella para que recogiese este galardón en nombre del colectivo.
La vida de Alicia es reflejo también de la situación de muchas mujeres del mar que, como ella, han sido esposas de pescadores ausentes durante largos periodos de casa. En su caso, también tuvo que hacerse cargo en solitario del peso del hogar, alternando la vida laboral con el cuidado de sus cuatro hijos y de sus suegros.
Pese a todo, para Alicia su trabajo en el sector pesquero le ha permitido ser dueña de su propia vida y sentirse “una mujer independiente y realizada”, asegura. Para ella “el marisqueo es un sitio a donde escaparse”, donde encontrarse con sus compañeras, y a menudo confidentes, para ayudarse unas a otras, explica.
Por todo ello califica su trayectoria el sector como una etapa “maravillosa”, de la que destaca el trabajo realizado por la Cofradía de Moaña y el esfuerzo de todas las mariscadoras.
Mª Pilar se inició en la actividad pesquera a los 21 años, edad tardía, en su opinión, pero que ha dado mucho de sí. Reconoce que sus padres –desde siempre vinculados a la actividad marinera— no miraban con buenos ojos que ella bajara al puerto. Y es que siendo la más joven de seis hermanos, tenían reservados para ella otros planes.
Pero María Pilar lo tuvo claro y se incorporó al sector pesquero, donde ha acumulado una larga trayectoria profesional como “llamadora”, trabajadora de una fábrica de pescado; y, principalmente como redera y neskatilla, ocupándose de las redes, del suministro de víveres de los barcos, de la descarga de las capturas, de la limpieza de las cajas o de las gestiones administrativas con los bancos durante la campaña de la anchoa y el verdel, entre otras muchas labores.
Ahora, pocos años después de su jubilación y con la perspectiva que aporta el tiempo, reconoce que no se arrepiente de haber elegido esta vida, por muy duro que haya sido su trabajo, ya que asegura haber vivido “la etapa más bonita de la pesca en Leikeitio”.
En su opinión, la evolución del sector se ha hecho notar para bien a lo largo de estos años; primero, en forma de mejoras en las condiciones laborales y, después, a través de un mayor reconocimiento del trabajo femenino. Y considera que este cambio ha sido posible gracias al apoyo de la Administración autonómica en los últimos años y a la unidad del propio colectivo, que decidió agruparse para mejorar.
En este sentido, cuenta Mª Pilar que con la creación de la Asociación de Rederas y Neskatillas de Euskadi consiguieron ser más visibles, y sentirse por fin valoradas como trabajadoras. Un reconocimiento al que también contribuyó la paulatina regularización laboral del sector, que poco a poco ha ido desplazando el trabajo no declarado y aumentando la conciencia social sobre la importancia de la cotización, señala María Pilar.
Al hacer un recorrido por lo que han sido todos estos años de en el sector, solo se le ensombrece la voz al apuntar que en Lekeitio “ya solo quedan dos mujeres que se dediquen a estos oficios, y que aguantan porque el barco es de la casa y tienen que sacar adelante la economía familiar”, asegura.
No obstante, ella es optimista y confía en que el sector será capaz de reinventarse.